Relato histórico

Según testimonio de Rosa Villar Guerrero (El Rubio, ) hija del yacente en la fosa Manuel Vidal Olmedo, su padre era un hombre del campo, casado y con 7 hijos. Cuando se produce la toma de la localidad de El Rubio con un masivo asesinato de rubeños en la plaza del Ayuntamiento por parte del ejército sublevado (5 de agosto) Manuel Vidal que vivía en el campo y que como tantos se había escondido por temor a las represalias que se estaban produciendo contra los jornaleros, decide entregarse para salvar a su hijo que estaba preso en Écija. Fue asesinado en la puerta del Ayuntamiento rubeño y trasladado el cadáver hasta Marinaleda. La hija sostiene: Nunca he escuchao que mi padre hiciera daño a nadie, lo único que era de izquierdas y que quitó hambre. Le daba de comer a los que iban huyendo La fosa fue dignificada por la familia con la construcción de un poyo de piedra y yeso para evitar su destrucción y mantenerla a resguardo. Junto a ella, a la izquierda se encontraba otra fosa de 1,90 de largo y 1,30 de ancho, levantada unos 30 centímetros del suelo que albergaba a 6 vecinos de El Rubio y uno de Marinaleda. A su lado hay otra pequeña fosa con dos individuos, también de El Rubio. En los años 70, cuando la mayoría de los familiares de los yacentes en las fosas de Marinaleda habían emigrado a Cataluña, una hermana de dos de las víctimas (los Caro García) contacta con Rosa Villar para proceder a la exhumación de los rubeños que yacen en las tres fosas (7+2+1), aunque en un principio sólo pensaron que había 7. Una vez consumada la exhumación, adquieren un nicho y colocan una placa con los nombres de los 7 que en principio pensaban que encontrarían. En la bóveda hay en realidad 10 individuos. Los señalados , más tres que se decidieron meter más tarde y que no se pusieron sus nombres por estar la lápida encargada y no caber más, y por no saber la identidad con certeza de los otros tres. En la actualidad, sólo acude a dignificar la bóveda la hija y sobrina de dos de los yacentes. Los familiares del resto se perdieron en la emigración. En el imaginario popular marinaleño existe la creencia de que las fosas comunes de los asesinados fueron abiertas en la misma puerta del cementerio por orden del cura de entonces para que todo aquel que entrara tuviese que pisar las tumbas como signo de humillación postmortem.